'Blurred mind on clear nights' is a self-communion experimental therapy born in pandemic times.
Once campanadas a medianoche.
«El tañido de una campana rompe la calma de la noche. El eco sordo, casi latente, se diluye en la inmensidad como si su propósito fuese obligar al oído a afinarse para percibirlo. Una sensación vacía de alerta. Un escalofrío. Tañe de nuevo la campana. El canto de las aves nocturnas y el batir despavorido de sus alas expresando la misma inquietud; racional pero irreal, carente de lógica y a su vez repleta de la misma. En la esquina más recóndita de la mente, allá donde se nubla la razón y hasta la columna con la solidez propia de aquel que cimienta el mundo danza al son de la necedad más absoluta. La tercera campanada resuena en la profundidad del abismo. Trae consigo una sensación de cotidianeidad; tediosa, asfixiante, rutinaria. La aceptación del estruendo no lo hace disiparse, sino más bien graba a fuego, como si de un sismógrafo se tratase, ese desagradable chirrido constante que mece erráticamente las copas de lo que, en un pasado cercano pero tenue, fueron árboles firmes repletos de vida y luz. Por cuarta vez el sonido metálico de la campana inunda la estancia. Las aguas, en apariencia mansas, se contonean con la gracia oculta de la sierpe, siendo solo delatadas por el hipnótico reflejo de la luz de la Luna columpiándose sobre ellas. El quinto tañido se entremezcla con el latido residual de sus predecesores. Destellos y calma chicha intercalados sin orden aparente. La ceguera molesta de la primera luz de la mañana. El silencio ensordecedor de la soledad en una iglesia. La sexta y la séptima campanadas apenas se distinguen entre sí. La quietud de la mirada sobre el péndulo, con cierta obsesión persecutoria, en busca de algún atisbo de la noción del tiempo, dada antaño por sentada. La arena húmeda del reloj a ratos atascada y a ratos precipitada con el espesor propio de la sangre. El octavo toque. El octavo toque carga dolor, desesperación, sobre sus hombros. Ácido, como la lágrima de un niño enrabietado que no logra entender su frustración y su tristeza; amargo, como el deseo de cambiar un recuerdo embarazoso inmutable por naturaleza; y dulce, como la sensación de dependencia que crea la autolesión de pensamiento y la autocomplacencia del ser aislado, entre cráneo y párpados sellados, durante el fútil esfuerzo de evitar que la brisa extinga las escasas ascuas que calientan aún el hogar. Novena campanada. Una sola de ellas que bien podrían ser setenta. Un discreto convertido en continuo. La fuerza de un río presionando las sienes, el calor de mil soles tras las córneas y una zarza salvaje retorciéndose en el vientre. Diez tañidos en la memoria. Solo una breve eternidad se interpone entre la serenidad de la medianoche y este hogar hostil. El agotamiento lleva implícita una traicionera sensación de tranquilidad. El ruido blanco arrastra la somnolencia del animal herido que da por perdida la búsqueda de refugio para recostarse en su lecho de muerte. El sonido de la undécima campanada viaja más lento que el deseo de la página por tumbarse sobre su predecesora. La espera paciente y ansiosa se alarga con cada respiración, con cada latido que dilata las pupilas. La esperanza colorea las mejillas y una euforia infundada tensa las piernas y el cuello. El pecho comienza los preparativos para dejar hueco a una profunda bocanada de aire fresco. El oído se agudiza, los labios se entreabren. La espera es eterna y desesperante. Una duda razonable acecha sobre el concepto del tiempo y su devenir; sobre la autoría de esta larga dilatación; sobre la idea de si la ansiada calma es merecida. ¿Porqué esta incompletitud? ¿Porqué forzar la agonía de lo finito tornándolo perpetuo? ¿Acaso no es el fin una propiedad de todos los elementos? Bien cierto es que lo que empieza acaba, que lo que sube baja, aunque quizá la línea no permanece marcada, quizá el final no esté iluminado, quizá simplemente se desvanezca. Mientras tanto, el tiempo corre, la arena cae, el río fluye y la Luna emerge, noche tras noche, con la esperanza de oír, por duodécima y última vez, el tañer de la campana.»
credits
released February 5, 2022
All instruments, recording, mixing & artwork by Jose Soler.
supported by 60 fans who also own “Blurred mind on clear nights”
This is niiiice & slooooowww & very relaxing to listen to whilst still satisfying my desire for dark music... :) There are some truly fantastic passages here! Recommended! bmurator
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